...y mientras terminabamos el segundo plato ella comenzó a pensar en el futuro. Comenzó a pensar en alto, muy alto. Tan alto que hasta yo pude escucharlo. Y comenzó a hablar del futuro, de boda, de una casa juntos, de hijos con "s". Yo me levanté, me excusé y me dirigí tranquilamente hacia el servicio. Cerré la puerta y me cercioré de echar el pestillo. Me senté encima de la tapa del váter y respiré profundamente sin ser capaz de fijar la mirada en ningun punto concreto. Me levanté y me miré a los ojos en el espejo. Me dije tres o cuatro veces "¡tu puedes!", y henchido de valor destrocé cuidadosamente la ventana del baño con una jabonera de mármol preciosa. Me descolgué por la fachada y pude reconocer los gritos desconcertados de mi novia. Con el cuidado y la precaución que requiere me puse la chaqueta, los guantes, el casco y me subí a la moto. Respiré profundamente y me giré para mirar una última vez su ventana. Allí pude reconocer su silueta regalándome su dedo corazón y las palabras más insignes del diccionario. Cosas con clase. Embragué, aceleré a fondo y conduje, como alma que lleva el diablo, hacia el amanecer, alejandome de aquel lugar tan rápido como pude. Y este es, señor agente, el motivo de que doblara la velocidad máxima en este tramo. -¿Prisa dice? ¿Le he mencionado ya la extensa colección de escopetas de caza de su padre? ¿Le apetece tomar un café y se lo cuento todo?