• Por aquí sigo :) distinta pero intacta. Feliz año Fu
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    Y por aquí sigue el tío...
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Boooring
Sacado de aquí:

Me puedes vender música, y te la compraré si la vendes a un precio que me parezca justo. Me puedes proponer ofertas, tratos, empaquetarme la cosa con diversos lazos, como un producto llamado canción con un precio determinado, como un servicio de descargas ilimitadas durante un tiempo determinado a cambio de una cuota fija, como servicio de streaming... pero no me digas lo que puedo o no puedo hacer con lo que te compro. Eso es algo antinatural y que ofende mi dignidad. Algo que simplemente no es aceptable. Si me dices que por $18 puedo bajarme a mi reproductor lo que me dé la gana, es eso, "lo-que-me-de-la-gana". Y por ende, hacer con ello también lo que me dé la gana. Y si pretendes "secuestrarme" y que deje de escuchar las canciones que compré en el momento en que te dejo de pagar, olvídate. No funcionará.

Napster ha sido hackeado, como no podía ser de otra manera (en Baquía, en The Register). A mí el sistema, en su ingenuidad, me recuerda a aquel "virus gallego" escrito por un argentino que circulaba hace mucho tiempo por e-mail. Los usuarios, sin necesidad de hacer ningún alarde de tecnología, se han dado cuenta de que podían pagar los dieciocho dólares, hacerse con la música que les diese la gana de entre un catálogo de un millón de títulos, y que una vez que tenían la música en su reproductor ya no había quien se la quitase. En teoría, la música, marcada mediante la utilización del DRM de Microsoft, es "secuestrada" en el momento en que el usuario deja de pagar la cuota, y sólo puede ser escuchada en el reproductor, no puede ser quemada en un CD. Pero rápidamente, alguien ha visto que bastaba con instalarse, si es que alguien aún no lo tenía, el archiconocido Winamp de Nullsoft, añadirle un plugin llamado Output Stacker, enviar el archivo a la tarjeta de sonido, y volverlo simplemente a grabar sin DRM. Todo documentadito y explicadito en páginas como ésta.

El sistema me recordaba a ese mecanismo que las discográficas nos hicieron tragar durante muchos años como si hubiese sido escrito en tablas de piedra por algún dios y bajado de la montaña por Moisés: tú pagas por un disco, pero pero lo que compras no es la propiedad del contenido del disco, sino el derecho a reproducir su contenido siempre que sea no para según que usos... Pues no, mire usted, lo siento... paso de su complicado esquema. Yo ya he pagado, y ahora puedo hacer con el producto lo que me dé la gana. Como cuando me compro un bocadillo, con el detalle adicional de que el bocadillo se acaba cuando me lo como, y la música no se gasta cuando la escucho.

En el siguiente asalto intentarán imponer que la música y las películas lleven marcas de agua inaudibles o invisibles que impidan que pueda ser grabada directamente del altavoz o de la pantalla. Y funcionará, porque para grabarla harán falta equipos sofisticados provistos de filtros de sonido o infrarrojos que no están al alcance de cualquiera. Primero conseguirán el dudoso mérito de profesionalizar la piratería. Y acto seguido, alguna empresa se dará cuenta del valor del nicho de negocio consistente en vender dichos filtros, ya fabricados en países de bajos costes laborales unitarios, a un precio razonable, y piratear volverá a estar al alcance de todos.

¿Por qué funciona iTunes y no funciona Napster? Muy simple: iTunes es profundamente agnóstico. Si quieres comprar, compra. Si quieres piratear, piratea. En tu iPod podrás reproducir lo que te dé la gana. Napster, en cambio, pretende dictarte con su estúpido DRM lo que puedes y no puedes hacer. Vuelvo a lo que llevo tiempo diciendo: en la nueva economía mandan los clientes. No hay fuerza posible capaz de oponerse a lo que los clientes piensan que es justo. Los clientes pagarán cuando crean que deben pagar, cuando formen una comunidad con el artista y quieran contribuir a que siga creando, o cuando quieran verle en directo, o cuando represente algo para ellos que haga que lo quieran llevar en una camiseta o una gorra. Si intentas hacerles pasar por un aro que no les guste, lo hackearán y pasarán por donde les salga de las narices, o bien se irán con la música a otra parte (nunca mejor dicho) . Y puestos a hackear, entramos en un puro tema de costes de comunicación y coordinación: al haberlos reducido gracias a Internet, siempre habrá mejores hackers ahi fuera dispuestos a colaborar en un fin que consideren justo - o por el puro desafío y placer de hacerlo - que profesionales a sueldo capaces de pararlos dentro de una compañía. Pura cuestión de economía. Y de justicia.