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De José Cervera

Nuevo intento de 'colar' una norma mil veces rechazada
Pero ¿qué clase de cachondeo es éste?


¿Qué hace un ciudadano europeo ante una tomadura reiterada de pelo? ¿Cuántas veces hay que repetir el partido, hasta que gane el sí de los gobiernos? Después de rasgarse ruidosamente las vestiduras a cuenta de la abstención de los españoles en el Referéndum de la Constitución europea, los gobiernos de la Unión aprueban (si Dinamarca, y los dioses, no lo remedian) las patentes de software en su reunión de hoy lunes. Y luego los burócratas europeos y los gobiernos de los estados de la Unión se extrañan de que los ciudadanos pasemos de su política. ¿Cómo no, si son capaces de rechazar la voluntad popular, expresada varias veces vía parlamento, todas las veces que haga falta hasta salirse con la suya y aprobar una norma perniciosa para Europa?

El aburrimiento en política está grandemente subestimado; siempre es mejor vivir en tiempos carentes de cualquier interés histórico, sin guerras, revoluciones ni convulsiones políticas. Bienaventurados son los tiempos de burocracias, en los que los cambios no son tan radicales como para provocar pasiones, en los que la política no es una cuestión de vida o muerte.

Pero todo tiene un límite.

El asunto de las patentes de software no es trivial. Su desarrollo en los EEUU ha demostrado que son malas, objetivamente, para la economía en general, y particularmente para las empresas pequeñas y medianas: el grueso de las europeas. Sólo ganan las grandes empresas y los abogados, pues este tipo de normativas genera abundantes juicios que tienden a bloquear industrias enteras; un ejemplo son las vueltas y revueltas que está dando el caso Eolas contra Microsoft. Y eso ocurre en la ágil justicia estadounidense, que lo que pueda pasar con los glaciales ritmos de la justicia europea...

Aun así, la anécdota ya supera el ámbito del software y rebosa a la política. ¿Que clase de Europa queremos, una en la que seamos ciudadanos, o una en la que la obstinación de los lobbies en las capitales europeas y Bruselas termine por imponer sin discusión medidas rechazadas por el parlamento? ¿Quién manda aquí, los europeos o las grandes empresas?

Con este tipo de actitudes, con esta dejadez y este pasotismo ante las presiones de las empresas, ¿cómo extrañarse de que los ciudadanos pasen de las nuevas tecnologías? Con estos abusos procedimentales, con este descarado mangoneo de la letra pequeña de los reglamentos para aprobar medidas por la espalda, ¿cómo extrañarse de que los ciudadanos se abstengan de sentirse involucrados en esta Europa?

Con este nivel de cachondeo, de recochineo incluso, ¿le extraña a alguien que cunda la insatisfacción, el desapego y hasta el genuino y justificado cabreo?